domingo

La industria del miedo

Desde que Moisés se enojó cuando bajó del Monte Sinaí porque encontró que los judíos adoraban al becerro de oro y amenazó con todo lo que su imaginación le proveyó para amenazar, a la par que restablecía el Orden con los 10 Mandamientos, el miedo fue un patrimonio de las iglesias para ganar adeptos.

No ha dejado de serlo, por supuesto, pero ya no es exclusivo de quienes siempre amenazaron a nuestras almas con los más crueles castigos por una eterna eternidad si hacíamos tal cosa o dejábamos de hacer tal otra cosa,
 aunque debo confesar que siempre sospeché de la capacidad de estos dirigentes de iglesias para saber qué es lo que Dios quiere que hagamos o dejemos de hacer.

Garita
Cualquiera que habite en un country, sabe que si no contrata a la empresa que -ya veremos por que medios consiguió instalarse en un partido de la Provincia de Buenos Aires o de cualquier otra provincia donde sus habitantes ven la “necesidad” de alejarse del vertiginoso nivel de vida que impone la ciudad, aunque más no sea por el fin de semana- su propiedad, sus bienes e incluso la vida suya y de su familia se ve seriamente amenazada por quienes de ellos quieren apropiarse.

Cualquier empresa repartidora de cigarrillos sabe que si no lleva un guardia armado en cada camioneta, corre el riesgo de perder su mercadería y de que el seguro no le pague por no contratar vigilancia.

Los bancos hicieron punta, ya sea con el policía que hace extras o el vigilante de una empresa de seguridad privada.

Cualquier camión que se aproxime a una de las grandes ciudades argentinas (llámese Buenos Aires, Córdoba, Tucumán, Salsipuedes, Villa Regina, Concordia, etc) sabe que si no lo hace acompañado por lo menos por un auto con tres monos armados en su interior, la mercadería que transporta va a parar a manos de los piratas del asfalto.

Desde la más grande a la más pequeña fábrica suburbana sabe que tiene que tener uniformados rondando por su interior con armas, para prevenirse de asaltos. Ni hablar de los shoppings o supermercados…

Los colegios privados también ya los tienen y por supuesto las empresas concesionarias de los servicios de trenes y subterráneos.

En poco tiempo más, como recrudezcan los asaltos a colectivos de larga distancia, cada uno de ellos va a tener que llevar su uniformado (o no) propio, al estilo de las compañías de aviación yanquees, en cuyo interior viajan desde el 11 de setiembre de 2001, varios agentes del FBI o de la CIA camuflados, dispuestos a hacer caer el avión al mar antes de entregarla a supuestos secuestradores.

Los restaurantes paquetes ya lo tienen, las farmacias, los hospitales y clínicas privados; también el edificio del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires es custodiado por vigilantes de empresas de seguridad; en muchos de los barrios de clase media porteños y del Gran Buenos Aires, podemos ver casamatas de vigilancia.

Hasta el ridículo personaje de Alfredo De Angelis, ese que se dice trabajador rural, se mueve por el país con sus guardaespaldas privados.

Todos los medios de comunicación, muchos de los edificios de viviendas, las confiterías, los salones de bailes, las bailantas, los boliches, las playas, las estancias, los museos, algunas calles (cada día más), las rutas y autopistas concesionadas, los hoteles de pasajeros y los albergues transitorios, las compañías de seguros –esas que no pagan un seguro si el lugar asaltado no contaba con seguridad privada- tienen al menos un par de “monos” armados que las “custodian”.

Y más…mucho más.

Esas empresas de seguridad, que tienen bien delimitadas sus áreas, y que a veces se “mejicanean” entre ellas algún country o un camión con medicamentos que después aparecen en el mercado negro, son las más beneficiadas con el miedo y cuentan entre sus filas a decenas de miles de soldados armados como para resistir la segunda guerra mundial… o como para iniciar la tercera.

Estos soldados, son extraídos (generalmente) del peor lumpenaje echado de nuestras policías federales o provinciales por graves delitos cometidos en el ejercicio de sus funciones.

Las empresas que los emplean, no tienen ética que los contenga, generalmente son grupos organizados por la mano de obra desocupada; no hay leyes que los limiten; se sienten dueños del suficiente poder como para evitar que sus clientes desistan de contratar sus servicios.

Muchas veces los empleados, esos que deben proveer seguridad, son cómplices de delincuentes de menor valía y le pasan a éstos los datos de cómo robar tal empresa o casa o negocio y eso es considerado como una gran traición por los capos, porque se les paga protección a ellos y cada tanto alguno de estos soldados es muerto en un “enfrentamiento” o directamente desaparece.

Guerra de los Balcanes
La misma dinámica capitalista va a llevar a que estos mega ejércitos privados se enfrenten entre sí por la hegemonía del poder. Los señores de la Guerra los llamaban cuando peleaban en Kosovo, en Afganistán, en Albania…

Y lo más lamentable, es que no solamente sus soldados van a llevar la carga de ese enfrentamiento. Toda la sociedad civil se va a ver involucrada y todos vamos a perder. ¿Acaso no sabemos que en una guerra de ese tipo, solo ganan los vendedores de armas, o sea 5 ó 6 empresas crápulas cuyo negocio es llevar la muerte a cualquier rincón del mundo donde puedan llevarla?

Es muy difícil no sentir miedo de que nos roben, nos secuestren o nos asesinen, sobre todo cuando desde los medios de comunicación, seguramente aliados a los apologistas del miedo, constantemente se hace una excesiva, exagerada presentación de los hechos que suceden, muy probablemente con la venia y la organización de quienes después nos ofrecerán cuidarnos.

Entonces ¿cuál es la respuesta a los vendedores de miedo?

La única respuesta es la organización y la solidaridad. Organización para combatirlos con denuncias y solidaridad para quienes son víctimas de sus trapisondas. El “no te metás” debe ser dejado de lado ya, sino el riesgo para todos va a ser el crecimiento de estos ejércitos privados y el consecuente enfrentamiento entre ellos.

Aún estamos a tiempo.

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